miércoles, 12 de septiembre de 2007

EL RETORNO (PARTE 2 Y FINAL)




Iba a hacer una trilogía con mi retorno, para luego vender los derechos a Hollywood y aparecer en medio de animatronics y personajes generados por Industrial Light & Magic, pero me dio lata. Tenía listo el casting: para el primer capítulo, cuando estaba con el pelo largo, mi rol lo iba a hacer Brad Pitt con un look tipo Leyendas de Pasión. En la segunda parte, con el pelo corto, me iba a interpretar Zac Efron (sí, me veo más cabro después de ir al peluquero). Además así le podía poner unas escenas cantadas y bailadas, sacar un disco y un álbum Salo; y la tercera parte sería con Remigio Remedy y sólo para la televisión, después del fracaso de crítica y taquilla de la segunda película (esto luego de sostener conversaciones con Tom Cruise, Kevin Bacon, Jim Carrey y Matt Damon). El reparto original incluía a Natalie Portman como la Pame, Jake Gyllenhaal (sí, el vaquero gay) como el Míster, Samuel L. Jackson como el Negro, Eddie Murphy como el Pablo, Bruce Willis o Jason Statham como el Farrios, Tom Hanks como el Gonza, Benicio del Toro como Arrizaga y Adriano Castillo (compadre Moncho) como Novoa. Para la Coni planeaba un casting masivo de niñitas en un mall capitalino (Dakota Fanning está muy crecida para el rol). Hubiera sido lindo, pero prefería terminar esto del regreso acá… Ahora que soy un empleado de 9 a 18 horas tengo que optimizar mi tiempo.

Transformer
Como les contaba en el post anterior, luego de la desaparición del indio (al que llamaremos Fabrizio por su notoria forma fálica), mi suerte comenzó a mejorar. A poco andar y tras una postulación electrónica (de las miles que he hecho), me llamaron de una empresa de comunicaciones. Curiosamente, y luego de un dato de mi querida ex colega “Orchar”, accedí a un casting que estaba haciendo el principal diario farandulero del país para buscar a un reemplazante que trabajara con ellos por un mes en la sección de… farándula (osea todo el diario).
La entrevista en la agencia fue piola: La idea era editar, reportear y escribir para una revista privada de transportes de cerca de 150 páginas en papel couché y con un look que no tiene nada que envidiarle a la revista Paula (pero con modelos siliconadas en vez de pelolais). Además de darme un ingreso seguro, me permitía continuar con mis actividades extraprogramáticas para lograr mi sueldo ético. Poca gente, poco atado, algunos viajes. Todo bien. Ideal para reconstruir mi imperio financiero después de esta crisis asiática (no tengo plata ni pa arrollados de primavera).
La experiencia con el medio farandulero se dio distinta. Como primer requisito tuve que ver un programa de farándula que dan los viernes por la noche, especie de Informe Especial gritón del rubro y escribir una crónica. La idea era entregarla esa misma noche. El lunes siguiente me citaron a una entrevista. Entrar a ese diario fue intimidante. Era como la redacción donde trabajé por seis años, pero multiplicada por 20. Las piernas me temblaron un poco, pero seguí caminando digno hacia la oficina del editor, con la mente en puesta en no tropezarme con nada, que no se me asomara nada en la nariz y con una sonrisa de confianza (que comprobé era una mueca al mirarme en un vidrio, así que la suspendí). Conversé con el tipo por varios minutos. De mediana edad y escaso pelo, no se creía mucho el cuento de la farándula. “De vez en cuando todos salimos a respirar para sacar la cabeza de esto”, me dijo. Revisó mi currículum y me dio a entender que estaba un poco sobrecalificado… Analizamos el panorama televisivo actual y el devenir de los medios con tono de panelista de Tolerancia Cero (mi guata me haría encajar perfecto en ese programa). “Todo bien” le dije yo, y cruzamos frases de buena crianza.
Al día siguiente me llamaron de la agencia. Me citaron para decirme que estaba seleccionado de entre una larga lista de postulantes que incluía a dos primates y algunos chicos reality. Feliz, acepté y me transformé en Optimus Prime, el rey de los camiones (“Eris como el Caroca”, me dijo el Míster). Ahora estoy aprendiendo sobre chasis, inyección, motores, Euro III, tarificación vial y todos esos temas que siempre quise investigar (¿?). La idea era empezar dos días después.
Claramente el diario farandulero me había descartado: habían pasado dos días luego de la reunión y mi último día de libertad y nunca me llamaron. El jueves ya estaba ojeroso pero jovial en mi nueva oficina, pensando en qué es un freno de motor cuando sonó mi celular. El diario farandulero me quería. Antes de que me hicieran una propuesta dije que gracias, pero no (soy un hombre de palabra), aunque por un segundo me imaginé reporteando en el cumpleaños de Luli hasta las 4 de la mañana. ¿Habrá sido la venganza de Fabrizio? Yo creo que al final siempre todo es para mejor… y lo digo como un experto… mal que mal, “uno que ha escrito de camiones”…

miércoles, 5 de septiembre de 2007

EL RETORNO (PARTE 1)

Sí, la gente lo pedía a gritos… aunque ni tanto. Incluso MKB (¿Mortal Kombat Bicentenario?), había intentado hacerme escribir acá a través de una de esas cadenas blogueras (truco sucio pero efectivo). Pero no pude. No fui capaz de salir de mi ostracismo tibetano. Me gustaría decir que estuve lejos, que me perdí cultivando té verde en Camboya o que dediqué mis esfuerzos sanando con abrazos a la gente en un evento en Espacio Riesco, o escribiendo la Cantata de la Torre Santa María. Pero no. Estuve acá, donde siempre… aunque ausente, intentando resolver los problemas de un freelanceo que estaba llevándome a la debacle financiera, lo que había generado protestas constantes en los gremios hogareños que habitan junto a mí, además de sumirme en un estado de decepción e interrogantes continuas. ¿Se había ido mi suerte?
Siempre he dependido en gran parte de mi buena fortuna, cualquiera que me conozca lo sabe. Lo cierto es que hace meses vivía la otra cara de la moneda: nada me resultaba. Esto se transformó en un drama en la parte laboral-económica. “Algo pasa que andas con mala suerte”, incluso me dijo la siempre aguda Pame. Y yo lo sabía, muy dentro. La buena estrella me había abandonado. Por primera vez estaba solo. Claro, cuando se te atraviesan 5 gatos negros en una semana, debe ser una señal (a estas alturas soy yo el que les trae mala suerte a ellos). Había un misterio que resolver.

El indio negro
Dentro de los souvenirs que me traje de mi viaje a México, el año pasado, hay una figura hecha en obsidiana, la piedra sagrada de los mexicas, que –se supone- tiene propiedades energéticas especiales. Es un indio bastante tosco y no muy grande, que hasta antes de cambiarme de casa estuvo sobre el bar, desde donde un día se cayó y se partió. Diligente, lo pegué con la gotita (cuando uno compra la gotita anda buscando cosas para pegar). Este año había subido de nivel, ya que el cambio de casa lo trasladó a mi velador, un ascenso no menor (sólo una estatuilla de colección de Batman que uso para dejar mi anillo de matrimonio había alcanzado tal honor, junto con todos los cachureos y regalos que la Coni suele trasladar a mi pieza)… Dentro de mi extrañeza por la mala racha, comencé a estudiar con detención al indio. Su mirada negra e impenetrable de souvenir turístico no me daba muchas pistas, tampoco los libros que leí de niño, ni los programas de denuncias periodísticas. Y eso que hay caleta. Levanté la mirada al cielo y grité por una explicación, rasgando mis vestiduras. Error. Dios no atiende los días nublados, todo el mundo lo sabe. Nunca he tenido nada contra los aborígenes, de hecho participé en una ópera rock en honor a Caupolicán, pero este indio parecía tener una mueca de satisfacción. Como de misión cumplida. Por un momento comprendí que su energía estaba algo así como interfiriendo con la mía (supuse). Además estaba roto (no como el monumento que hay en la Plaza de Armas eso sí, que puede tener que ver con cómo le va al país. Piénsenlo). Y además es bien feo en realidad, así que no tenía nada que hacer en mi velador (por eso lo saqué, el resto es el efecto dramático necesario). Lo puse escondido en una caja aún sin desembalar (que seguramente quedará así por los siglos de los siglos). Al día siguiente recibí un mail para presentarme a una entrevista de trabajo. A la semana me habían llamado de una empresa de comunicaciones y un medio masivo (ese especialista en copuchas y que leen durante 3 horas en todos los matinales). A los diez días ya estaba trabajando. ¿En qué? Ese es otro cuento.