El sueño del rock me persigue desde chico. Quizás desde que descubrí una zampoña colgada en una pared de mi casa y quise sacarle algún sonido. Cualquiera que haya tomado una guitarra sabe a lo que me refiero. Hacer que un acorde bote una casa, que alguien cante una canción que salió de tu cabeza, o simplemente que mueva la pata mientras intentas llenar el espacio con una idea es algo que siempre he querido y querré lograr.
Se acaba Piegrande. Después de dos años de buenos y malos ratos, había que parar y evaluar los daños. Darse el tiempo para hacer otra cosa los sábados en la tarde, salir de la rutina del ensayo y simplemente dejar de verse las caras. O casi. Porque aunque la amistad esté intacta, las ganas se tomaron unas vacaciones largas, como puede pasar en un matrimonio o en la pega. Esto no es muy distinto y sí lo es.
Soy de finales engañosos, así que tampoco es de extrañar que haya más sorpresas a la vuelta de la esquina. Siempre dije que Piegrande era el último intento de hacer algo de verdad. Y puede que sea cierto. Tan real como que no podría dejar las cosas así. El fútbol y el rock tienen revanchas, y aunque no todas se jueguen a estadio lleno, siempre hay un último disparo al arco. Y yo quiero mi gol de oro.
Aprovecho de darles las gracias a todos los que tuvieron la paciencia de escuchar y aplaudir, porque quizás esa pequeña alegría se va a echar mucho de menos. Casi tanto como los ensayos, esa excusa semanal para hablar de cualquier cosa, jugar unos goles y soñar. Definitivamente soñar.
Un abrazo para todos.