domingo, 15 de mayo de 2011

The night before (A cinco segundos de un metro)

Martes 10, cerca de la medianoche. Figuro acostado en la cama matrimonial con mi hijo de diez meses acurrucado entre sus papás. La única luz en la habitación es la televisión, que parpadea al ritmo de una película de desastres que no terminaré de ver. Es tarde y mis ojos se están cerrando. No es una noche cualquiera: es la noche antes del recital de McCartney en Chile, probablemente la última oportunidad de ver al máximo ídolo vivo en mi país, esta vez acompañado con mi mujer y mi hija de diez. En otras palabras, la que se viene es una jornada histórica.
Tomo el control remoto para apagar por fin el terremoto cinematográfico y antes de que mi pulgar llegue al botón rojo, mi celular se ilumina y vibra. Contesto inquieto. Nadie te llama a esta hora para decirte nada que no sea una mala noticia. Nadie excepto el Negro.
“Hueón, me colé al bar del Hyatt. McCartney llega en una hora. Vente”, me dice al otro lado de la línea. “Buena”, le respondo sin mucho entusiasmo y tratando de hacer el menor ruido posible. Me sigue hablando mientras intento poner fin a la conversación para no despertar a mi hijo. Le digo que lo pensaré y pongo el celular en silencio. “¿Quién era?”, me pregunta mi mujer con medio ojo abierto. “Nada, el Negro que me dice que vaya al Hyatt. Se coló al bar”, contesto. “Está loco”, sentencia ella.
Me levanto y voy a lavarme los dientes. Y es precisamente mientras el cepillo repasa espumosamente mi boca cuando me miro al espejo. Y me veo de 16. “Total, no pierdo nada”, pienso. Salgo del baño y comienzo a ponerme terno. “¿Qué haces?”, me interroga la Pame. “Me voy a ver a Paul, vuelvo en par de horas”. No lo puede creer.