lunes, 31 de mayo de 2010

¡Yabadabadú!

Sí. Sé que ya no escribo acá como solía hacerlo. El Mago Yin me lo recuerda siempre con lágrimas en los ojos y uno que otro arroz en el chaleco. Pero bueh, tampoco me pagan por esto (aunque he pensando en poner algún sistema de donaciones, quizás alimentos no perecibles o zafradas). Lo cierto es que no alcanzo. Con suerte llego a mi casa semidespierto para escuchar las historias escolares interminablemente anecdóticas de mi querida hija, supervisar su performance en la flauta y sentir como la guagua del Bicentenario patea y patea el vientre de su ya prenatalista madre.
De hecho hay días como hoy, en que a duras penas intento llegar a las 18 horas para gritar “Yabadabadú” y deslizarme por la cola del dinosaurio camino a casa con una cancioncilla pegajosa de fondo.
También está el tema de mis lecciones de manejo.
Debo decir que no he tenido problemas mayores con el tema, más allá de estar un poco por sobre el rango de edad del resto de los alumnos (falta que los profes me digan "tío"). Me siento, presiono el embrague… parto, paso los cambios, reduzco velocidad en los “resaltos”, me detengo en los “pare” y soporto las chuchadas de los otros conductores de vez en cuando. Con la ventana cerrada para evitar los escupitajos. Como todos, supongo. Nada especial, salvo porque de vez en cuando tengo que salir en un Peugeot que tiene malo el telecomando donde van las luces y los señalizadores, así que cuando señalizo a la derecha se me ponen las luces altas, los intermitentes no funcionan o comienzan a andar los limpiaparabrisas, lo que genera que los otros conductores hagan la ola en señal de alegría. Todo mientras yo pisteo como un campeón por las calles de La Reina.
“Deberíamos andar a 40 siempre” me dijo el otro día un instructor, mientras yo superaba los 60 por Bilbao, sin temor y con cara de velocidad. En todo caso tampoco es que me guste mucho el tema de manejar. La verdad, como dijo Ayrton Senna, “manejar no es algo que me mate”…
Ya habrá tiempo para contar más cosas... espero.

Éxito para todos!

martes, 11 de mayo de 2010

Paz, una grabadora, un hotel, y un ícono.

Cuando tenía 14 años, Jerry Levitan se coló a un hotel de Toronto, Canadá, para lograr una conversación improbable con su ídolo de niñez. Era 1969. Era una grabadora de cinta. Era John Lennon. Esto es "I met the Walrus", lo que pasó 38 años después con esa grabación. Para los fans de Lennon, la animación y la vida. Todo está ahí. Éxito.

lunes, 10 de mayo de 2010

Teatro, tango y centro

"Así empieza la obra... éste se pasea como un animal enjaulado", me dice el viejo mientras me pasa un programa y me indica mi asiento. "La colaboración es voluntaria" añade y me queda mirando mientras le deslizo 500 pesos. Dos mujeres hablan de su vida un par de asientos más allá. Un viejo tose. Y Vinicio, el "rucio de los cuchillos", camina absorto por la precariedad de la habitación de la Guille, como trazando una "L" en el suelo. Su desesperanza se transforma en hambre. Se prepara un par de huevos. Una pareja llega hablando y se sienta adelante. No miran a Vinicio y, claro, Vinicio no mira a nadie porque su mirada se está bañando en su mate. Está nervioso, como si lo persiguieran, esperando. Pero el rucio no espera a nadie y nadie lo espera. El Tolo lo pilla en la penumbra, encorvado y huidizo. Y el cafiche infla el pecho. Mañoso. Desconfiado. Ya no quiere ser cafiche, quiere ser "proxeneta". Y la Guille ya no quiere ser sólo una puta criada en una cocina de mala muerte aferrada al llanto de un cocinero marica. "Detrás de cada puta hay una mujer" dice, mientras alimenta sus sueños de baile y Caupolicán lleno. Y el tango desgarra. El tango que es el murmullo de sus existencias precarias, de su marginalidad inocente, y de su crimen culposo. El tango que es triste, como su vida. Y como su muerte.

Ay mísero de mí
Hace años que no iba al teatro. Demasiados. Creo que desde que estaba en el colegio. "¡Ay, mísero de mí! ¡Ay infelice!" declamaba el protagonista de "La vida es sueño" esa vez. Probablemente demasiado para un alumno de Segundo Medio, aunque jugaba a favor del elenco su origen español de cuna, con ese "zezeo" de noticiario estelar o de comercial de día de las madres ("que vivan laz mujerez"). "Que toda la vida ez zueño y loz zueñoz, zueñoz zon...".
Precisamente, sueño es lo que me acompaña cada mañana cuando me aprieto en el metro para llegar a la pega a una hora decente, y aceitar los engranajes de mis días maquinarios y funcionarios. Días de chaqueta, de camisa planchada, porcentaje y reunión. Por eso fui al teatro. Para escapar un rato, y para obedecer a las invitaciones permanentes de un amigo actor talentoso pronto a partir a Sudáfrica.
Estas últimas semanas me dedico a mirar más que a escribir (por eso este blog ha estado vacío). Miro todo. La gente, los lugares. Gasto mi hora de colación en ver el centro y sus personajes. Me imagino sus historias. Y escucho música, mucha aunque siempre es la misma (todos los días juro que voy a cambiar los mp3, pero no). A veces, no pocas, siento la sensación de no estar ahí por un momento. Y me pierdo en el reflejo del metro, o en el cansancio aturdido de la micro. Eso días, por algunos segundos, me pregunto si vale la pena. Minutos después, cuando llego a mi casa, siempre está la respuesta esperándome.
¿Les conté que estoy en clases de manejo? Yo, con mis 32 años a cuestas y una pila de escolares. Claro que una cosa es saber manejar y otra es saber manejarse. A estas alturas no estoy muy seguro de ser capaz de alguna de las dos, pero no creo que las lecciones den para tanto. Por mientras, sólo puedo terminar este relato e irme a la cama. El cansancio puede más, y eso que estamos a lunes. Supongo que mi vida es sueño.  Buenas noches a todos.