lunes, 29 de noviembre de 2010

The End (Sangre en Buenos Aires)

“¡Apúrate!”. El Negro urgía a Cristina a acelerar el paso, como lo hace siempre. Ella, tragándose un par de improperios que cruzaban de la mano por su mente, aligeró sus pisadas mientras subía la escalera de la estación Plaza Italia del subte bonaerense. Habían equivocado la dirección, y ahora estaban contra el tiempo para volver al hostal, en Palermo, lugar de encuentro del grupo de amigos que iría esa noche al recital de McCartney en River. Cristina pensaba en eso cuando algo en su cuerpo hizo cortocircuito. Tropezó, y su canilla chocó de manera violenta con uno de los escalones de concreto. El dolor le nubló la vista. Cuando pudo aclarar la mirada lacrimógena, el Negro la miraba con espanto. “Pucha, eso te pasa por correr en las escaleras”, dijo. Si hubiera tenido las fuerzas, lo habría ajusticiado ahí mismo.
A duras penas llegaron en taxi al hostal. La pierna de Cristina lucía mal, y ella no quería ni subir el pantalón para ver, mientras aguantaba el dolor y sentía como toda la extremidad palpitaba. Cojeando, subió a su habitación para por fin, sola y sin la mirada de “no-vas-a-poder-ir-al-recital” del Negro, ver el daño. Era profundo. Lo oscuro del pantalón ocultaba la sangre, pero no el dolor.

martes, 23 de noviembre de 2010

Pecados de carne (Cambalache)

Más de una vez escuché decir que los pecados de la carne son los peores. Por eso cuando vi al Negro regalándole una mirada cómplice al mozo, supe que la cosa era grave. Como si nada, se levantó de la mesa con una poco disimulada ansiedad y siguió sus pasos tras una mala excusa.
Por una cabeeeza” se mezclaba el tango con el olor a bife. Sin que mi amigo lo notara,  lo descubrí a un costado de la cocina, tras esquivar el tránsito de los garzones y sus bandejas en hora peak. Ahí estaba, conversando disimuladamente con el tipo, un argentino con ya muchos años en el cuerpo.  A los pocos segundos, el hombre, flaco nicotinoso y de correcto uniforme, le deslizó unos billetes arrugados. El Negro los contó en éxtasis, casi con los ojos blancos. Mientras su traición se cocía a fuego lento, juraría que escuché a un jote cantar tres veces.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Is just another day (Live and let die)

Juan, Pablo, Jorge y Rigoberto. Los Fab che se pasean por el lugar cargando sus instrumentos recién guardados, con sus melenas bien peinadas y sus trajes mod. “¿Cerveza?” pregunta la moza y mis compañeros asienten a destiempo mientras miramos a esos melenudos argentinos.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Bielsa, el laburante (Todos roban)


El día ya amenazó con ser eterno. Así que acá estamos de vuelta, quemando tiempo y neuronas.
Hoy el mago Yin está raro, como el clima. No me pesca, está como ido. Su sonrisa burlona y sus gases ocasionales no lo acompañan, y en su lugar le han dejado una amargura que parece no detenerse en el suelo, hacia donde ha apuntado su mirada todo el día. “Bielsa… qué cagada” me dice, y mueve la cabeza. Yo, que vengo llegando de un almuerzo con un actor amigo, y pienso en cómo terminar el libreto de esta noche, trato de sintonizar con su amargura. “Se va”, le digo subrayando lo obvio. Yin abre la ventana y mira el Paseo Ahumada, el mismo que durante el mundial era una caravana de banderas rojas. Entra una ráfaga de aire caliente. Bajo a la calle por una Coca Cola helada, y un viejo lee los titulares del diario. Sus lentes reflejan “Adiós a Bielsa será a estadio lleno y reprimirán a los que hagan ‘cara pálida’”. Aspira el humo de su cigarro y murmura… “Bielsa, qué cagada”.

martes, 16 de noviembre de 2010

Sombras chinescas (El retorno del rey)

Y bueh… esta inconstancia no es algo heroico, es más bien algo enfermo. Lo sé. La gente ya no me mira en la calle. El Mago Yin me hace la ley del hielo, mientras tararea algo de “la vecina de la esquina ya no va a la piscina”, y ríe. Solo y con los ojos desorbitados. En el metro nadie me habla, ni los guardias para decirme que me quede detrás de la línea amarilla. Así es la gente, en especial desde que la abandoné, pero en algunos momentos uno tiene que tomar decisiones. No es fácil esto, pero nadie dijo que lo fuera a ser. La cosa es que estoy con mi trabajo formal y además libreteando para la televisión a colores, así que me cuesta algo detenerme acá para dejar unas líneas, pero trato. Como ahora. Yin está cantando sobre su vecina, que ya no anda en bicicleta, y Santiago de Chile empieza a sudar con el calor que rebota en el asfalto. Va a ser un verano largo.

En un bosque de la China…
En el People´s Park de Shanghai la gente pasea como si el tiempo estuviese detenido. Lejos de los famosos rascacielos de formas improbables que la ciudad se esmera en lucir en cada postal, acá los árboles y flores parecen devorar el ruido de las calles aledañas, e incluso la luz del sol hecho en China. La música se detiene un instante. “Así no es… así no es la melodía”, le dice el chino viejo a la mujer que tiene el micrófono. Ella lo mira sin asomo de rabia, y con paciencia oriental vuelve a leer el papel que tiene en la mano, para luego escucharlo entonar la misma parte de la canción que seguramente ha cantado toda la vida, mientras los músicos, todos de edad y con instrumentos tradicionales, esperan para recomenzar. La clase termina y los dos se mezclan en un dúo Pimpinela Chaufán. La gente aplaude. Algunos cantan despacio. Saben la canción mejor que ella.