Ringo Starr, baterista de The Beatles, a sólo pocos metros de distancia. |
Siempre ha sido una gran mentira eso de que la vida da
revanchas. Por lo general es un consuelo falso para quienes sufren un fracaso o
mal rato, o un argumento hollywoodense de esas películas hechas descaradamente para el Oscar.
Sí, como el que tuve con los daytrippers en nuestra aventura beatlemaníaca
durante la visita de McCartney a Chile.
Quizás por eso, o quizás porque finalmente maduramos (un
poco), o por temor a la humillación pública y la mirada severa de mi mujer, es
que la visita de Ringo me la tomé con calma. Con esa calma tipo Clint Eastwood cargando su arma. Con la calma del delantero que demora el cambio para hacer tiempo. Como el Hombre Nuclear corriendo o la micro que esperas cuando vas atrasado. Así de calmado. Bueno, casi. Compré un par de las
mejores entradas disponibles para ir con mi querida hija, junto al Negro (tanto
o más fan que yo) y al Kily (que siempre ha cargado la fama de fan-amateur),
cuando se pusieron a la venta, y luego me olvidé del asunto.
Era tanta mi calma, que ni siquiera las constantes quejas del Negro
mientras manejaba por Bilbao en un taco interminable a las 20:30 (el recital
partía las 21 horas), me afectaban. Tampoco
el desvío de última hora que hizo que tuviera que estacionarme por otro lado
cuando el reloj avanzaba sin ningún respeto por nuestra impecable trayectoria
de asistentes a eventos masivos.
La tranquilidad incluso me alcanzó para comprar una polera
para mí y un jockey para mi hija, antes de instalarnos en nuestros puestos de
primera fila. Sí, como nunca estaba en la mejor ubicación para conseguir la
única misión digna de esfuerzo dentro de mi universo musical: ver a un beatle
de cerca. “Un beatle” me repetía por dentro, escuchando mi iPod mental.
“Sácame otra foto con la batería atrás”, pide de nuevo el
Negro, que ya se ha sacado una decena. Mientras apunto la cámara, se apagan las
luces. Los veteranos acompañantes de Ringo lanzan los acordes de “It don’t come
easy” y yo pienso que es verdad, que no viene fácil, que siempre es así. Y me
equivoco. Ringo se pasea por el escenario, canta, toca la batería, se ríe y lo
pasa mejor que nosotros. Miro a mi hija y pienso en los nietos que alguna vez
tendré.
La batería más famosa de la historia del rock. |
Saltamos cantando “Yellow Submarine”, vueltos locos con una
canción que suelo adelantar cuando escucho el Revolver, mientras vuelan globos
amarillos. Mi hija toma uno y lo tira hacia el escenario. Locura total. Y llega
el momento. La revancha inesperada.
With a Little help from my friends es la
participación de Ringo en el Sgt Pepper, seguramente el mejor disco de la
historia. En la versión del álbum, de 1967, no existe un solo de guitarra. Pero Ringo la
toca con un solo, por esas cosas de la vida. Y por esas mismas cosas, fue durante
ese solo que el baterista de los fab four, el tipo que se arrimó al grupo más
famoso de la historia al último momento, el más bajo y mayor de los cuatro de
Liverpool, me saludó. A un tipo de Santiago que tiene todos los discos de la
banda, un par de poleras, un bajo Hofner y una estatuilla con su firma. A uno
que hasta ese momento trataba de tomarse todo con calma. Por unos segundos me
devolvió riendo el mismo gesto que yo le estaba haciendo. Por un instante quedé
en shock, solo y rodeado por diez mil personas, hasta que salí del trance con
una pequeña ayuda de mis amigos, que tampoco podían creerlo. Efectivamente
estábamos en el mejor recital de la historia. Al menos de la nuestra.
La uñeta de la suerte. |
La anécdota dirá además que mi suerte volvió a mostrar su
mejor cara, cuando uno de los roadies lanzó las uñetas del guitarrista hacia el
público, aún a oscuras. Una me rebotó en la cara y no tardé en encontrarla en
el suelo, ante el asombro del Negro y el Kily. Me di el tiempo de volver a
mirar, y encontré otra (sí, soy un tipo de suerte), que el Kily me pidió antes
de que alcanzara a esconderla, por lo que se la merecía (lo que seguramente
hipotecará mi amistad con el Negro).
¿El resto? Sólo repasar una y otra vez el momento, y mirar a
mi hija dormida en el asiento del copiloto mientras volvía a casa, como
flotando, feliz. Mientras todos dormían en casa, miré la uñeta por última vez antes de
acostarme. Aunque dice “Ringo Starr & The All Star Band”, por unos segundos
creí leer en ella “La vida te da revanchas”.
(Miren el video, en el minuto 2:05 verán que la magia existe)
Excelente relato, links incluídos para entender la revancha... un abrazo
ResponderBorrarMuchas gracias Don Leo... No estuve tan cerca como ud. con Albert Hammond, pero bueh, jaja... Un abrazo.
ResponderBorrarsólo un beatlemaniaco puede entender la emoción que irradian estas líneas. yo soy sabinero y habría tenido la misma emoción si el flaco de Ubeda lanzara su bombín (sombrero de tongo) y lo agarrara yo, en primera fila.
ResponderBorrar@claudiosabinero
extraordinario
ResponderBorrar:)
ResponderBorrarTotal!!
te lo tomaste con tanta calma que ni fuiste a comprar las entradas...jejeje
ResponderBorrarChuta es verdad. ¡Te debo un homenaje y algún brebaje etílico!
ResponderBorrarLos Beatles fueron mi sucedáneo de Mazapán. Gracias madre! hehe
ResponderBorrarYo tuve mi momento de alegría al ver a Dave M. Band =)
Creo que habría matado por una entrada a John Denver haha
(Ro)