martes, 1 de abril de 2008

Mundo Perdido (Un loco camino a Mendoza)

Llevábamos varias horas de viaje.
Recorrer la ruta Santiago-Mendoza en auto se puede hacer eterno cuando tienes que hacer paradas de 20 minutos, los necesarios para sacar algunas fotos y reportear un poco. Al menos esa es la idea cuando andas haciendo un reportaje fotográfico o algo por el estilo. Por eso cuando Andrés, mi jefe-fotógrafo-chofer, me dijo que paráramos en esa estación de tren abandonada, el entusiasmo no fue precisamente lo que abundaba en mi rostro (en realidad nunca lo hace, para ser honesto).
En mi afán por acortar el trayecto había leído en voz alta el rústico cartel que coronaba el edificio ajado: “Mundo Perdido”. Ya era raro ver un museo en medio de la nada. Estábamos en la Ruta Internacional Nº7, km 1210, recién llegados a Argentina, en medio de la montaña, y entre la aduana trasandina y Penitentes.

“Llamador” rezaba una señal pintada a mano en una pared, bajo la cual pendía un triángulo oxidado y una vara metálica. Procedí a hacerlo sonar. Un hombre cargando una carretilla llena de piedras y un perro vinieron desde un cerro aledaño. “Estaba haciendo un poco de mantenimiento”, nos aclaró. El tipo, flaco, de lentes, lucía cansado y con su “remera” sucia. Le explicamos que queríamos recorrer el museo, un recinto envuelto en mallas negras que más parecía la cruza de un invernadero con una bodega. “¿Cómo andan de tiempo?”, consultó misterioso, mientras limpiaba sus lentes con su vestimenta, para luego asegurarnos que el tour demoraba 45 minutos. Yo miraba la casucha y me preguntaba dónde podía uno tardar tanto.

Le contamos que éramos periodistas, que no teníamos tiempo y el tipo se transfiguró. De obrero pasó a científico loco sin estación intermodal de por medio. “No es momento para ser modesto… lo que ustedes van a ver aquí es algo único en la Argentina”, dijo con aires de genio y gurú. “Habrá que creerle”, pensé. ¿Su nombre? Luis, 51 años, administrador, encargado de mantenimiento, creador y guía del lugar.

Entramos a una pieza de forma irregular y detalles plateados. Dentro, el sujeto mezclaba la charla normal con frases curiosas. Eso hasta que se interrumpió a sí mismo. “Los científicos me dicen que estamos listos para comenzar… vamos a ver si es cierto… así es. Esta es una máquina del tiempo, pero ojo que no es como las de Hollywood… esta está hecha en la Argentina, ¿viste? Así que ojalá que no falle”, dijo abriendo los ojos, mientras la habitación se cerró, se llenó de luces de colores que rompieron la oscuridad absoluta y se mezclaron con el humo y los ruidos espaciales. “Donde cresta nos metimos” fue la frase que se dibujó en nuestras poco iluminadas caras.

“Los científicos me dicen que ya llegamos… uh, menos mal, ¿eh?”, gritoneó por encima del audio. Pasamos dudando a la habitación siguiente, donde una grabación (absolutamente pro, hay que decirlo), evocaba un encuentro imaginario entre San Martín y un soldado por allá por 1800. Mirábamos incrédulos al general y su subalterno hechos en versión pesebre escolar. Todo acompañado por cartulinas pegadas en las paredes con toda la información, correctamente escritas a mano y subrayadas con colores, que habrían causado sensación en cualquiera de mis disertaciones escolares. “Yo no funciono con rumores o mitos… todo lo que ven acá es fruto de estudios. Trabajo con una universidad cercana”, decía el flaco mientras yo miraba una fotocopia en la pared.

Mientras adelantaba su pista de audio, esquivamos el tema de los indígenas de la zona para llegar a un mini puente colgante en el que casi naufrago. “Es para ponerle un poco de movimiento, viste”. No, no vi. Por eso casi me caigo, pensé.

Habitación siguiente: una maqueta de Argentina rodeada de agua domina el cuarto. Cignaco nos promete que la cordillera se formará ante nuestros propios ojos, y mientras la pista de audio corre, se ubica a un costado, tratando de pasar piola. “Al principio la tierra tembló”, dice el audio. Luis mueve cuidadosamente un cordel y el agua de la maqueta vibra. A medida que el relato avanza, el flaco mueve unos cordeles intentando que no lo notemos. La cordillera emerge y choca con el continente. Simplemente notable.

Pasamos a otro sector. Un volcán se dibuja en relieve frente a nosotros. En su base, y tras accionar un interruptor escondido, una posa de “lava” comienza a burbujear. “Uyyy, ojalá que no suba la lava”, dice Luis en plan infantil… “No, parece que ahí viene… ahí va a llegar… a veeer”. Ojalá que no se despierten los dinosaurios, agrega para aplacar la espera. Efectivamente, una mezcla de pintura y maizena cae por un agujero en la pared. De improviso, e interruptor mediante, una cabeza de dinosaurio digna de 31 minutos hace su entrada por una ventana camuflada con tiras de género. Luis golpea a su creación… “¡salí, asqueroso! ¡Fuera, dejanos en paz! ¡Asqueroso!” grita en una actuación digna del Globo de Oro. Por cinco segundos me sentí en una función de títeres. Cualquier duda sobre la utilidad de la visita se había disipado.

En la habitación siguiente el flaco me hizo frotar un par de cuarzos para comprobar cómo se iluminan en la oscuridad, y complementó la charla con sus conocimientos de física. La última pieza era la de venta de los souvenirs que él mismo confecciona.
Intrigado y mientras Andrés recorre los alrededores, converso con Luis. Me confiesa que el museo lo construyeron con un amigo, en sólo cuatro meses. Todo lo que se puede ver lo hizo con sus propias manos. Me invita a su casa para mostrarme recortes de prensa y dudo tres segundos pero voy (el tipo vive solo en medio de la montaña, da como para pensarlo). Me alcanza fotocopias de sus greatest hits, reportajes extensos en medios de la zona. Quién lo fuera a decir. “Disculpá el quilombo, pero este es una casa de soltero”, me dice canchero cuando entro. Tiene la cagada en realidad. “Eso es lo bueno de vivir solo, no hay nadie que te diga que ordenes ni nada”, dice airoso, con esa prestancia tan argentina, antes de despedirnos sin cobrar la entrada. Claro, porque el museo da lo mismo, el Mundo Perdido, con su locura y fascinante precariedad, siempre estuvo frente a nosotros… Era cierto: no es momento para ser modesto.

9 comentarios:

  1. Anónimo8:52 p. m.

    a mi me encanto el museo! este realto me hizo recordarlo y valorarlo aun mas, lastima el relato no? un poco pobre y carente de redaccion con demasiadas opiniones que no comparto, pero en fin...
    que bueno que, bien o mal, lo divulguen.
    los medocinos necesitamos saber donde estamos parados!
    bien "periodistas"!

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  2. Y bueno, amigo mendocino... este no es un relato periodístico, sino más bien vivencial. La crónica del viaje (la que seguramente estabas esperando cuando leíste el texto), apareció en una revista. Acá quise compartir lo que me pareció el personaje, un genio de esos que hay pocos... el relato? Pobre pero honrado...
    Saludos

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  3. Anónimo12:46 a. m.

    me gusto mucho como lo redactaste me hiciste acordar y revivir cuando fui al museo :D

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  4. Anónimo1:46 a. m.

    no conozco el museo, pero si al que lo hizo. Y si, es un loco lindo que eligio la montaña para vivir y plasmar sus sueños. SIEMPRE TE VOY A ADMIRAR!!!!!!!!!!!!!

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  5. Anónimo2:18 p. m.

    Tuvimos la dicha de vivenciar (con mis alumnos) este museo, lo que lo hace singular es luis, su autenticidad.
    ¡Que linda es Mendoza!
    Traten de visitar este museo tan particular.

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  6. Anónimo9:13 p. m.

    Excelente el museo, admiré la genialidad y espontaneidad de Luis para explicarle a mis alumnos cada una de sus creaciones. Un lugar digno de destacar y recomendar. ¡Felicitaciones Luis por tu manera amena y cordial de tratar a tus visitantes! Sos un grande!!!

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  7. Yo estuve días atrás y me encontré con Fernando quien es ahora el sucesor de Luis. Fernando me contó que Luis le dejó el museo para vivir en una comunidad auto sustentable, de la que no recuerdo el nombre. Fernando fue, por lo menos para mí y por lo que leo en esta crónica, igualmente fascinador y buen guía. El sonido de las voces en off y las cortinas sonoras de fondo contribuyen mucho al clima creado, pero como se dice en esta entrada del blog, mucho cuenta lo que el guía aporta con sus comentarios. Cuando salí del museo tuve la sensación de haber estado, precisamente, dentro de un mundo perdido. Sentí tristeza por el destino del pueblo Huarpe, de quienes ya sabía yo su desgracia, la cual recordé y vivencié con una de las partes del relato del museo. Eso entre muchas otras cosas.
    Recomiendo enteramente la visita de todo aquel que pase por la RN 7 a esa altura.

    Saludos!

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  8. Anónimo11:38 p. m.

    Fui a visitar el museo cuando la guiada estaba en manos de Luis, y fui recientemente porque la verdad me encanto aquella vez, me encontre con otro guia y la verdad no fue tan agradable como aquella primera vez, creo que uno en la vida debe hacer lo que le gusta y a esta persona por mas que parecia que lo hacia con gusto habia algo detras que me decia que no era realmente asi. nose fue mi sensacion.

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