jueves, 4 de marzo de 2010

La fiesta terminó





3:34 AM en el Hostal Alemán, y la vieja casona de tres pisos comienza a moverse con furia. Borroso y oscuro, le grito al productor que duerme frente a mí para que despierte. En medio de crujidos de madera, polvo y quebrazón tomo mis zapatillas y corro mientras lo empujo a través de la puerta. La escalera se mueve de lado a lado, bajo corriendo y otros dos ruedan por los peldaños. Son tres pisos eternos y golpeados de costado a costado. Un periodista sin polera aparece con cara de sueño y espanto. Estamos fuera, pero dentro del sismo. Cuatro bailarinas aparecen desde el subsuelo, llorosas y abrigándose como pueden... “¿Están todos bien?” preguntamos varias veces, sólo para respondernos con las caras llenas de duda. Afuera la penumbra, los gritos, las bocinas y sirenas. Sobre el cerro Castillo la vista de Viña es tan privilegiada como triste: la ciudad está en caos, y la gente corre agolpándose en las calles. En medio de las réplicas, vuelvo a mi pieza por unos jeans, calcetines y un polar. Saco mi mochila y tardo más de lo recomendable en encontrar mi celular. Las próximas 3 horas las gastaré en intentar comunicarme con Santiago.
Nos quedamos a la intemperie, cubiertos con frazadas y atentos a una pequeña radio que sintoniza la única emisora que está al aire. La penumbra se hace fría cuando llegan las novedades. El epicentro, las víctimas, la cancelación del Festival y la necesidad urgente de estar en casa. Por fin logro hablar con mi mamá y saber que todos estás bien. Una hora más tarde la Pame, mi mujer, me responde al fin y el alma me vuelve al cuerpo.
En otro lugar de Viña, el hotel Gala es evacuado mientras el agua corre por sus escaleras. La comisión organizadora es llevada a la dañada Quinta Vergara a dormir. Luego de buscarla un buen rato, un chofer encuentra a la colombiana Fanny Lu aterrada, escondida en una van llorando. No quiere salir. En el Sheraton, el panorama es poco alentador: los principales artistas y animadores están en el lobby y frontis del hotel, sin entender demasiado qué pasó. Algunos, como el Rafa Araneda, se atreven a volver a su habitación. Varios de Los Cadillacs están en shock: algunos vivieron el sismo en la fiesta que dio Miranda! en una casona antigua, donde reinó el pavor. Los concursantes de la competencia internacional y jurados sólo quieren irse rápido y terminar con la pesadilla. Un productor amigo me cuenta que tuvo que consolar a una colapsada Anahí, mientras sus guardaespaldas no atinaban a nada, tan impactados como ella por el movimiento de la tierra. Pijamas y batas reemplazan a las lentejuelas y el glamour. Sale el sol y comienza la estampida. Asomado por una ventana, Iván Zamorano pregunta si ya es hora de partir. La instrucción es clara: desarmar y cargar. Equipos, ropa, gente. En el lobby alguien se saca una foto con Beto Cuevas. Llamo a Daniel Alcaíno, que parece recién enterarse de todo. Me dice que va a ir a devolver la ropa de Peter Veneno a vestuario. Le respondo que todo vestuario ya va en un bus a Santiago.
Nos llevan al hotel Gala a tomar el transporte a Santiago. Compro una bebida que recojo del suelo en un local donde todo se cayó excepto el ánimo. Me subo al bus y duermo para despertar en Santiago. Viña ya no tiene festival. La fiesta terminó.

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