Estamos en el Paseo La Plaza, cerca de Corrientes, en el Cavern Club de Buenos Aires, probablemente el lugar que concentra mayor cantidad de locura beatle en Latinoamérica, y esta parece ser la noche de un día agitado: es 9 de noviembre, antesala del primer recital de Paul McCartney en el estadio de River, y todo resuena en su nombre y alabanza. La noche es fresca y la postal curiosa, por decir lo menos. Seudo Beatles y fans de todo el Cono Sur circulan por el lugar y se sacan fotos con cada objeto, cada afiche del recinto, suerte de boulevard sicodélico que agrupa un subterráneo para tocatas que emula al mítico Cavern de Liverpool, un pub llamado Star Club, y un Museo que no visitaremos (a esa hora estaba cerrado). Todo tapizado de memorabilia impresa (léase tickets de conciertos, afiches y fotos), y todo un poco de mentira, de cartón piedra. Claro, “Nothing is real”, pero basta para que con los ojos semicerrados, todo parezca un poco mejor. “Looking through a glass onion”, dirá un fan avanzado. El Negro se vuelve loco con la cámara y le da sentido al recambio tecnológico del rollo fotográfico por la tarjeta de memoria. Quiere creer, como todos, que estamos en un pedazo improbable de “Liverpul”.
Pang para hoy, hambre para mañana
“No están muy heladas las cervezas”, dice la moza vestida como la quinta Beatle, en una suerte de mea culpa con acento, y se compromete a traer cubetas de hielo. Los amigos piden unas papas fritas y un sándwich, yo voy por una pizza. La moza memoriza el pedido. “Se parece a May Pang”, dice el Negro, que entrevistó a la verdadera Pang, polola de Lennon en los 70, lo que hubiera sido razón suficiente para que varios fans se acercaran a besar sus manos y venerarlo como un dios de chocolate Nikolo.
Otros clones Beatles se asoman desde el fondo del local, sudando mientras cargan sus instrumentos, y se van. La gente los ignora. Una cosa es tener personalidad para pararse en el escenario disfrazado… otra es tenerla para irse en la micro así, pienso mientras los veo emprender el largo y sinuoso camino, de la mano con sus novias rubias, que algún día cambiarán por una japonesa con más onda (o mala onda)… Christ you know it ain't easy.
Media hora después, May aparece con las cubetas con hielo, las papas y la hamburguesa… 30 minutos más tarde le pregunto por mi pizza. “La había olvidado”, me confiesa, sin siquiera una sonrisa compensatoria. “The dream is over, what can I say”, dice Lennon por un parlante interior. Pongo mi mejor cara y espero, pero ya nada me parece tan colorido. Con el hambre se te quita la sicodelia, che. Luego la cuenta será mal cobrada por Pang, la beatle con déficit atencional. Son las 2 AM y nos quedamos más solos que Eleanor Rigby, y sin arroz que recoger. Miro la decoración en las paredes, mientras las luces se apagan, pero ya no creo nada. Sólo en Yoko y en mí.
Bip Bip Bip Yeah!
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