"Así empieza la obra... éste se pasea como un animal enjaulado", me dice el viejo mientras me pasa un programa y me indica mi asiento. "La colaboración es voluntaria" añade y me queda mirando mientras le deslizo 500 pesos. Dos mujeres hablan de su vida un par de asientos más allá. Un viejo tose. Y Vinicio, el "rucio de los cuchillos", camina absorto por la precariedad de la habitación de la Guille, como trazando una "L" en el suelo. Su desesperanza se transforma en hambre. Se prepara un par de huevos. Una pareja llega hablando y se sienta adelante. No miran a Vinicio y, claro, Vinicio no mira a nadie porque su mirada se está bañando en su mate. Está nervioso, como si lo persiguieran, esperando. Pero el rucio no espera a nadie y nadie lo espera. El Tolo lo pilla en la penumbra, encorvado y huidizo. Y el cafiche infla el pecho. Mañoso. Desconfiado. Ya no quiere ser cafiche, quiere ser "proxeneta". Y la Guille ya no quiere ser sólo una puta criada en una cocina de mala muerte aferrada al llanto de un cocinero marica. "Detrás de cada puta hay una mujer" dice, mientras alimenta sus sueños de baile y Caupolicán lleno. Y el tango desgarra. El tango que es el murmullo de sus existencias precarias, de su marginalidad inocente, y de su crimen culposo. El tango que es triste, como su vida. Y como su muerte.
Ay mísero de mí
Hace años que no iba al teatro. Demasiados. Creo que desde que estaba en el colegio. "¡Ay, mísero de mí! ¡Ay infelice!" declamaba el protagonista de "La vida es sueño" esa vez. Probablemente demasiado para un alumno de Segundo Medio, aunque jugaba a favor del elenco su origen español de cuna, con ese "zezeo" de noticiario estelar o de comercial de día de las madres ("que vivan laz mujerez"). "Que toda la vida ez zueño y loz zueñoz, zueñoz zon...".
Precisamente, sueño es lo que me acompaña cada mañana cuando me aprieto en el metro para llegar a la pega a una hora decente, y aceitar los engranajes de mis días maquinarios y funcionarios. Días de chaqueta, de camisa planchada, porcentaje y reunión. Por eso fui al teatro. Para escapar un rato, y para obedecer a las invitaciones permanentes de un amigo actor talentoso pronto a partir a Sudáfrica.
Estas últimas semanas me dedico a mirar más que a escribir (por eso este blog ha estado vacío). Miro todo. La gente, los lugares. Gasto mi hora de colación en ver el centro y sus personajes. Me imagino sus historias. Y escucho música, mucha aunque siempre es la misma (todos los días juro que voy a cambiar los mp3, pero no). A veces, no pocas, siento la sensación de no estar ahí por un momento. Y me pierdo en el reflejo del metro, o en el cansancio aturdido de la micro. Eso días, por algunos segundos, me pregunto si vale la pena. Minutos después, cuando llego a mi casa, siempre está la respuesta esperándome.
¿Les conté que estoy en clases de manejo? Yo, con mis 32 años a cuestas y una pila de escolares. Claro que una cosa es saber manejar y otra es saber manejarse. A estas alturas no estoy muy seguro de ser capaz de alguna de las dos, pero no creo que las lecciones den para tanto. Por mientras, sólo puedo terminar este relato e irme a la cama. El cansancio puede más, y eso que estamos a lunes. Supongo que mi vida es sueño. Buenas noches a todos.
Buenísimo. Y definitivamente tiene sentido aunque no lo parezaca. Como este blog.
ResponderBorrarun abrazo,
Gran obra te mandaste Claudio. Tienes que leer a Gómez Morel o al francés Jean Genet, buenos exponentes de los bajos fondos, del crimen por concretarse, del aroma a pobreza.
ResponderBorrarRO.
Gracias por leer y comentar, como siempre. Se me olvidaba que Rivano es uno de tus héroes, "RO"...
ResponderBorrar